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viernes, 3 de agosto de 2012

Mañana del Día 7

Las cuatro paredes me encierran cual toro en su redil, mi corazón palpita a ritmo acelerado, mis pezuñas rascan la tierra y de mi nariz sale humo como si de un volcán en fase de explosión se tratase.
Quiero salir al ruedo, ¡quiero salir!
La erisipelia remite tras los antibióticos y la pena embarga mi mente pensando en qué hubiese pasado si me hubiesen diagnosticado correctamente en la primera valoración...
La respuesta es fácil: hubiese estado corriendo en dirección a la meta.
Las circunstancias han hecho que mi meta se quedase un poco más atrás y ahora el presente es distinto, diferente, pero no peor.
He disfrutado de amigos que me han cuidado, de desconocidos que me han acogido en su casa y me han tratado como un miembro más, con mimos, cuidados y escucha. 
Me he sentido abrazada y he recibido el abrazo con serenidad y sosiego, sin penas, sin frustraciones. 
Cuando uno se reta, se traza un objetivo a cumplir, está expuesto al fracaso por intentarlo, y el fracaso será cuan grande lo quiera uno que sea.
En mi caso (y debería ser así en todos los casos), no siento el fracaso porque no lo hay, no existe.
He salido a intentarlo, a pesar de los contratiempos, las dificultades y el dolor he dado las zancadas que me han permitido dar, mi cuerpo y mi salud.
Mi mente, de todas formas, ha seguido corriendo con el equipo ayer, y lo sigue haciendo hoy.
Y lo mejor de todo.., el lunes comienza mi preparación física para lo que me viene encima y eso hace que esté ansiosa, ansiosa de kilómetros y de ilusión...

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