Me calzo mis botas rojas, como Dorothy en el Mago de Oz, engancho
mis pies a los patines y mis manos a los
bastones y …me deslizo.
Ya voy cómoda, ya me gusta, ya es disfrutar lo que antes era
pensar y concentrarse en el movimiento.
Mi pueblo se convierte en mi circuito de entreno, mi calle y
la calle vecina es una pista de asfalto donde coches y yo intercambiamos cruces
y más cruces (y algún que otro susto o amago de accidente…)
Quinientos metros de recorrido, un circuito lento por las
curvas y por el cuidado de no querer ser atropellada o de no embestir a nadie
por la falta de frenos de mi vehículo deslizante.
En dos horas: cuarenta y cuatro medias vueltas, donde
farolas, casas, ventanas, puertas, coches aparcados, bicicletas, fumadores de
calle, pensadores de terraza, caminantes, turistas, jugadores de bola, niños ,
perros y gatos… me ven pasar a ritmo
constante y picando el asfalto en cada desliz con un clack, clack, clack,
monótono, regular, acompasado, musical…
Y digo musical para mí, claro. Supongo que para mis vecinos
seré la loca que no les deja tranquilos en dos horas..., en cuarenta y cuatro
veces que pasaré por delante de su casa sin piedad…
Lo siento vecino, lo siento. Y no crean que me cansaré de
patinar en unas semanas, me tendrán que aguantar muchos meses más… ¡Pobrecitos!
Mi circuito deslizante es una dura prueba para mi mente por
las vueltas repetidas tantas veces y las curvas recorridas otras tantas, por
los coches y por mi cansancio acumulado.
Es duro, se hace difícil.
...
Pero hay un detalle que lo hace tremendamente especial y
embriagador, hasta adictivo: su olor.
Mi circuito deslizante huele …
Unos días a mar, con un olor intenso que recorre mi mente y
me hace recordar de donde vengo.
Unos días a humo, con un olor que me ahoga y me convierte en
salvaje y asesina de pensamiento con tanto vecino fumando en la calle .., llevándome
yo su olor... que no quiero.
Unos días a nada, a nada, a nada… Raros días en los que me
siento vacía por su ausencia.
Unos días a horno, a bizcochón, a pan, a pizza.., que me
envuelve en un sentir acogedor, como si estuviese sentada en esas cocinas,
alrededor de una taza de té.
Unos día a potaje, a pollo a la plancha, a pescado, a vida y
a movimiento hogareño…
...
Olores mientras me deslizo y entreno hacia la blanca nieve
en Finlandia.
Y me pregunto:
¿A qué olerán 440 kms de nieve?
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