¡Caramba!
Se hace, se entrena, se complica, se piensa…
¡Uff!
Se camina, se arrastra, se dificulta, se hace…
¡La leche!
Se corre, se suda, se vence, se entrena…
¡No!
Se tiembla, se arranca, se suspira, se complica…
¡Ahora!
Se suspira, se estruja, se avanza, se piensa…
...
¿Haré lo que me he planteado esta temporada?
¿Entreno lo suficiente para ello?
¿Las complicaciones serán monstruos vencidos?
¿Me lo he pensado bien?
¿Vale la pena luchar por un objetivo?
¿Se analiza fríamente la posibilidad real de conseguir un sueño?
¿Cuánto es mucho y cuándo no te esfuerzas lo necesario?
Vaya…
Aquí he llegado.
A las puertas de comenzar con los objetivos soñados, tras meses de esfuerzos y a la espera de dos de los meses más duros de mi vida (y los más duros deportivamente hablando).
Sin haber entrenado específicamente para el primero (cruzar Tenerife subiendo al Teide), y con dudas por no saber si la recuperación será lenta o rápida, con el peligro de tener la Rovaniemi 150 a las puertas y con todo el volumen por hacer…
...
¡Cuánto miedo!
…
Y ahora, conociendo y teniendo claro los monstruos que me acechan, cierro los ojos e intento tranquilizarme.
No hay objetivos sin dudas ni esfuerzo.
Lo que quieres..., lo sufres.
Hay que sufrirlo.
Tengo que sufrirlo.
Y en esa agonía, propia de la vida en sí, abro los ojos mirando hacia el horizonte y sonrío.
Sonrío porque así me enfrentaré a los cientos de kilómetros por recorrer.
Quiero...Creo...Lo intento.
Y en el intento soy feliz.
…No corro por otra cosa.
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